Por: Armando Ojeda

El poblado aquel, era igual que todos. Nada que lo diferenciara del resto de las pequeñas rancherías de aquellos ayeres.

Ahí se alzaban las casitas de adobe, en cuyo interior era usual encontrar las hornillas, el molino para la masa de las tortillas, el aguamanil, el apaste del agua y su consabido jumate, utensilio éste, que hacía las veces de vaso comunitario con que todos tomábamos el vital elemento.

Mas allá, la noria y su respectiva piletaubicada siempre en las inmediaciones del amplio solar. El tapanco a un costado, y atrás de la casa la escalera de un solo palo, por donde los hombres subían sin problemas al techo de tierra de la casa, cargando al hombro costales de mazorcas de maíz cosechadas en la temporada, en aras de evitar que los burros vagabundos, que en grandes manadas pululaban por todos los rumbos, se las botanearan.

No podía faltar en el escenario el horno para el pan, el pequeño corral con mas pajoso que vacas, y al fondo el chiquero donde por lo general sesteaba un solitario marrano en espera del “machigüi” –Alimento de origen casero, compuesto por los desperdicios de las comidas del hogar.

Infaltables en el entorno de la casa algunas gallinas rastrojeando el suelo en busca de algo que levantar con su ansioso e incansable pico, aunque acosadas siempre por los arrebatos amorosos del gallo buchi” pelón que sin consentimiento previo de la cócora, “le daba para sus chicles” contribuyendo así con la canasta básica, ya que los huevos surgidos del relampagueante acto de amor, quedaban garantizados.

Inadmisible también, sería omitir la presencia del ícono en todas las viviendas del rancho. Acertó usted, me refiero por supuesto al perro.

Animal muy proclive a convertir en su echadero algún rincón cercano a la mesa en que los rancheros suelen consumir sus sagrados alimentos, y listos siempre para cachar en el aire cualquier pedazo de carne o tortilla que pudiera resbalar de la mano del amo; “Y es que el hambre es cabrona, y un chingón el que la aguanta”, habría dicho el Can, si Dios le concediera el don del habla.

LOS PERROS Y LA DANZA DE SUS INTERESES.

Y fue en una de esas casitas, alejada hoy en día de nuestra época moderna, donde vivió Guadalupe Manso.

Hombre tranquilo y mesurado, parco al hablar y huérfano en materia de simpatía y roce social. Eso sí, muy bueno para el hacha y el machete al momento de cortar leña para el hogar.

Los datos obtenidos en los mentideros del pueblo, nos indican que un día de tanto, la soledad del labriego se volvió aplastante, por lo que era difícil verlo en la enramada del rancho conviviendo con los hombres que se reunían para el juego de cartas como  “El Paco”, “la malilla” o el “dompe”.

“Pito”  Manso, como era mejor conocido entre la raza de aquel pueblito de antaño, vivía prácticamente apartado de todo el pueblo.

La lengua y las miradas de sus vecinos le causaban malestar. Mucho coraje y frustración sentía al saberse señalado también con el dedo inquisidor de los rancheros.

Y es que en el pequeño poblado, como suele ocurrir en ese tipo de asentamientos humanos, el mitote se había hecho grande cuando se supo que un día cualquiera, “Pito Manso” se acostó una noche con su amada mujer, y al día siguiente amaneció solo en la tarima de correas de res en que dormían.

Macario, su compadre y compañero en las labores del campo lo había “pelado” con “Ligeria” su concubina, y sobra decir que el humilde campesino se vio envuelto en el escarnio de la silvestre sociedad.

Se dice que la falta de hijos en el matrimonio, fue una de las razones por las que tal vez la mujer se fue con otro hombre en busca de mejor vida.

Lo cierto fue, que la traición de Ligeria dejó en un mar de llanto a “Pito”, quien ante el abandono, y para aminorar su soledad, se refugió en el cariño de sus perros, de quienesdecía que jamás esperaría una traición.

Los animalitos eran tres pequeños canes de los conocidos como Chancualillos, los que a partir de ese momento pasaron a ser toda su familia.

Los quería como hijos, según sus propias palabras, y era para él un encanto verlos corretear gallinas y ladrar entusiastamente a los burros y ganado suelto que se acercaba hasta la cerca de alambre de la casa.

Solo para matar la curiosidad de algún despistado lector que pudiera haber atraído éste artículo, me veo en la necesidad de ofrecerles los nombres con que el solitario campesino bautizó a sus tres perrillos.

Chiquito”, “Negro” y “Peludo”, (Si el lector o lectora es morboso, puede cambiar el orden de aparición de los nombres impuestos a los tres “chancualilos”, sin considerar problema legal alguno con el autor).

Aclarado el punto, diría entonces, la sana convivencia y la casi hermandad que reinaba entre aquel hombre y sus animales, ofrecían un cuadro pintoresco. Y la verdad sea dicha, los perros y el labriego, ciertamente se mostraban muy felices.

Pero, algo vino un día a alterar la vida tanto del ranchero como de sus mascotas. Y no fue precisamente el regreso de Ligeria, como podría alguien suponer.

Más bien la discordia se suscitó, tras un regalo inesperado que “Pito Manso” recibió de parte de Benito, un pariente lejano que una nublada tarde veraniega llegó a visitarlo.

Sabedor del amor que sentía por los perros, y queriendo mitigar su soledad, el pariente aquel puso en sus manos otro perro.

Buena impresión y mejor júbilo causó el arribo del nuevo Can, en el ánimo del hombre abandonado. “Ni mandado hacer pa corretear “Tochis” y conejos entre los matorrales, pensó.

Pero hubo lío en el ejido; Y es que el nuevo habitante de aquella casa, no fue para nada del agrado de chiquito”, ni tampoco de “Negro” y “Peludo”, quienes vieron en el nuevo huésped una competencia inesperada para el tema de los frijoles y tortillas.

Y es que, según sus cuentas, en lo subsecuente tendrían que compartir no solo el cariño del amo, sino también la ración de comida que éste les ofrecía.

Y, efectivamente, el problema se agudizó muy pronto, ya que el nuevo habitante empezó a crecer más de lo esperado, convirtiéndose en pocos meses en un enorme animal.

Rastrillo fue el nombre que Don Pito” Manso le impuso al que pronto se convertiría en un bravo y valiente can, y por supuesto, en el terror de los Tres Chancualillos, quienes a partir de esa fecha empezaron a llevar una vida, ahora sí que de perros.

Y es que, el feroz animal a la hora del reparto de alimentos se apostaba cerca de la mesa y no dejaba caer nada al suelo, y menos al hocico de sus “condóminos”, provocando en éstos gran malestar, no solo anímico, sino estomacal.

Era evidente; el pastel no era ya repartido equitativamente como antes ocurría, es decir, de acuerdo al número de comensales y sus necesidades gastronómicas.

Ahora el reparto parecía inclinarse a favor de quien mostraba más poder y fortaleza, y sin cuidar nunca regla alguna de equidad.

Y lo peor del caso,  no mostraba ni la más mínima señal de querer transitar hacia una real democracia canina con quienes antes eran los mimados y dueños de aquella casa.

Era ciertamente, una competencia desleal entre los tres animalillos y aquel poderoso inquilino, que con su arribo vino a originar la cuarta y mala transformación para los moradores de aquella casita de adobe.

Ante una situación para ellos tan grave, los tres perrillos alzaron la voz y acusaron a “Rastrillo” de estar actuando  de manera prepotente y abusiva, sin embargo no fueron escuchados por el amo, quien nunca mostró interés de poner orden en la casa, y promover como antes era, que el reparto de techo y comida fuera con equidad entre el nuevo huésped y sus tres mascotas.

           LA PARABOLA Y EL MENSAJE POLITICO.

El final cierto de ésta narrativa, será una deuda pendiente para con el lector, toda vez que el autor desconoce a ciencia cierta el desenlace final de la historia.

Sin embargo ciertos testimonios recogidos entre algunos vecinos del poblado en que ocurrieron los hechos, aseguran que cansados los “chancualillos” no solo del abuso, sino igualmente de los desdenes, desaires y desamores del dueño de la casa, decidieron un día renunciar al viejo hogar y aventurarse por caminos nuevos y desconocidos en busca de mejores horizontes.

Datos no confirmados por la fuente informativa del rancho,  dijeron que en efecto, los tres perrillos, decidieron unir sus fuerzas y constituirse en una alianza en aras de formar un frente de lucha y sacar a “Rastrillo” de la vivienda a la que arribó solo para cometer tropelías y abusos.

ACLARACIÓN.- Cualquier semejanza entre la historia antes narrada, y la lucha franca y abierta que en estos momentos libran los militantes de los diferentes Partidos políticos por alcanzar las candidaturas a los cargos de elección popular para las elecciones del 2021, sería mera coincidencia.

 

 

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